lunes, 28 de octubre de 2013

La vida de los muertos (VI)


 
Lou Reed: el mago que voló a través de la tormenta


La mañana del 10 de diciembre de 1984 era fría y gélida. Cogí el destartalado autobús que me conducía al instituto y mi cabeza no estaba - aquel día - por las clases de bachillerato. Coincidí en aquel año académico en un aula donde una gran parte de los estudiantes tenía inquietudes musicales de rock de lo más selectas: Beatles, Bowie, Rolling Stones, Springsteen, AC/DC, Who, Led Zeppelin y un largo etcétera. Me sentía realmente a gusto en semejante contexto, porque mi pasión por dicha música había comenzado desde bien pequeño. Como si un extraño electroshock hubiera hecho mutar mi cabeza. Pero aquel día no me atreví a revelar a mis compañeros de clase que aquella noche asistiría al concierto que Lou Reed iba a ofrecer en el Palau d’Esports de Montjuïc. Pensé que no me creerían: tenía 15 años y en aquel tiempo no era habitual que un adolescente asistiera a conciertos de rock. España acababa de salir de una agitada y violenta Transición política. Y si el concierto era de Lou Reed menos todavía. Sólo unos pocos años antes - en la misma ciudad -  durante uno de sus conciertos se produjeron importantes y graves disturbios con la policía.

Así fue como asistí a mi primer gran concierto de rock. Una huella indeleble para siempre en mi vida. Fui la envidia del instituto al día siguiente para aquellos que - todavía incrédulos - aceptaron la versión de una historia que otros creyeron inventada para impresionarlos. La ida y venida de Cornellá al Palau d’Esports se produjo en un Volkswagen Escarabajo. Un vehículo peculiar y majestuoso entre el parque automovilístico español de aquel entonces donde solo menudeaban supermirafioris, cuatro latas y citroens tiburones. Meses más tarde, aquel concierto fue emitido por TVE2 en marzo de 1985 en el programa de La Edad de Oro.


Lou Reed era más que un genio. Era un visionario. Un mago cuya púa de guitarra era una varita mágica que transformaba acordes y letras en nuevas sensaciones. Levantarte de la cama en pleno apogeo hormonal adolescente y poner tu primer pensamiento en una cinta de casete y escuchar Sweet Jane o Rock ‘n’ Roll podía convertir un día ordinario de tu vida en un día perfecto.

No fue casualidad asistir a dicho concierto. Tirando de hemeroteca cerebral uno de mis primeros recuerdos de infancia no es visual. Es sonoro. Fue una tarde en que escuché Walk on the wild side tras la puerta de la habitación del primogénito de la familia. 

Volví a verle en 1989 en la gira del álbum New York. En 1991 tuve la grandísima fortuna de obtener una entrada al Palau de la Música a la presentación del álbum Magic and Loss, un concierto intimista inolvidable, basado en el proceso por el que pasó Lou Reed ante la muerte por cáncer de dos de sus amigos. En 1996 me marché a vivir a Londres y al quinto día de mi estancia, y sin tener ni puñetera idea de inglés, me fui solo a verlo a la otra punta del Big London. De regreso perdí el último metro de vuelta y puedo contabilizar aquella noche como la única en mi vida en que he dormido en el metro: sólo, en un perdido y hostil enlace de los Eastenders londinenses.  Ni siquiera fui consciente del lío en el que me podía haber metido. Pero no me importó: era muy feliz de haber asistido a un concierto del señor Lewis Alan Reed.



Después lo vi más veces, hasta que en 2000 fui a Razzmatazz de nuevo con mi hermano (algo así como mi primo Zumosol del rock) y Jordi P. una persona amiga y querida al que - pocos meses después - la carretera se lo llevó por delante. Me afectó tanto, que no pude volver a asistir a un concierto de Lou Reed. No me veía con el ánimo suficiente para seguir viendo a mi ídolo. Como si hubiera sido uno de aquellos días en que te haces viejo de repente.


Cualquiera de estas cuestiones personales no dejan de ser anécdotas, como las de cualquier otra persona enamorada de la poesía, el rock y las vanguardias. Pero a la vez que explico esto, miles de jóvenes, y no tan jóvenes, de esta vida y de los que ya no están entre nosotros tienen algo en común: haber sido desgarrados por el lado salvaje de este poeta del rock and roll. Y toda esta familia se ha sentido más vacía que nunca al saber de la muerte de Lou Reed el 27 de octubre de 2013. Todas las referencias periodísticas de la mañana siguiente han sido unánimes:



Pero sobre todo padre y maestro musical de generaciones enteras de la música, el arte y la cultura.

Desde sus tiempos en The Velvet Underground o pasando por el rock-poesía urbana de sus discos en solitario creó éxitos y piezas claves en la historia del rock como Walk on the wild side, Heroin o Perfect Day. Pero limitarse a los hits es simplificar su valía. Toda su discografía está repleta de ricos matices, de propuestas que van desde lo íntimo (Magic and Loss), a lo conceptual (Songs for Drella, The Raven), o de lo que mejor se le daba: la mezcla de rock y poesía urbana donde seguramente con el álbum New York alcanzó uno de los puntos álgidos de creatividad en su carrera.


Su influencia marcó para siempre la evolución de la música rock. Sin él podríamos hablar seguramente de punk, rock alternativo, poesía urbana, cultura underground pero en otros términos (y además descafeinados). Lou Reed era un pez huraño que nadaba a contracorriente, al que nadie podía asir desde los largos y poderosos tentáculos del rock business o el mainstream. No se dejaba imponer las directrices comerciales de las discográficas. Sus letras no hablaban de chico conoce a chica. Sus letras, crudas, hablaban de yonquis, putas, locos, enfermos, de todo aquello de lo cual la clase media (que define a los mediocres y no el estatus económico) nunca ha querido hablar ni ver. Y de la clase política ni hablemos: conocidas son sus ácidas e inteligentes críticas a los políticos conservadores americanos.

Y todo ello desde un punto de vista poético en un ejercicio intelectual que produce en quien lo escucha una fascinación mágica y secreta. Por eso hubo una época en que secretamente todo el mundo quería ser Lou Reed.


Un músico complejo y enigmático. Un genio solitario. Un músico influyente. Un artista total que mezclaba con facilidad la literatura, la música y la vanguardia artística. Su voz, profunda única y característica proyectaba poesía: la poesía de aquellos que caminan por otros caminos – salvajes o no – de la vida. Una vida desnuda de todo convencionalismo.

Una vida, la de Lou Reed, que nos ha dado otra vida -y diferente- a muchos, alejada de las referencias culturales estándard. Una vida que seguirá presente entre los que le amamos y le seguiremos amando. Aunque la vida actual sea tan diferente a aquella otra. La de los que buscaban sus discos en Perpignan. De aquella vida llamada Transición política. De aquella otra en que no existía lo digital y los vinilos eran algo más que un producto comercial. O de tantas otras vidas de aquellos que, seducidos por la locura, la insatisfacción y la mediocridad se equivocaron al escoger el lado más salvaje a través de drogas duras y excesos que pagaron con la propia vida.




Entre los muertos y la vida de los que quedamos hablamos un mismo lenguaje. El de otra dimensión, llamémosle poesía y rock urbano, que nos dejó para siempre el mejor poeta eléctrico. El mago que voló a través de la tormenta. Y espera en la puerta de la noche para despertar en la calma. Eterno.

Gracias Lou.

2 comentarios:

  1. Muy buen homenaje, Jesús. Merçi por la banda sonora.

    La novela, así.

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    1. Muchas gracias maestro! Uf, la banda sonora es increíble. Y la novela pues a partir de febrero seguiremos dándole caña!

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